lunes, 27 de agosto de 2007

El tiempo pasa... y nos vamos poniendo viejos ♪

Uno comienza a sentirse viejo en la medida en la que ve pasar el tiempo, cual conejo blanco en el País de las Maravillas, corriendo y corriendo con sus magnífico reloj de bolsillo, cada vez más rápido y retrasado, mientras uno aquí, parada, sin entender nada, como un simple espantapájaros viendo un simulacro del que nadie te informó.

Tal como lo dijo Benedetti, maestro de maestros:

"Todavía tengo casi
todos mis dientes
casi todos mis cabellos

y poquísimas canas
Puedo hacer

y deshacer el amor
trepar una escalera

de dos en dos
y correr cuarenta metros detrás del ómnibus
O sea que no debería sentirme viejo
pero el grave problema es que antes
no me fijaba en estos detalles..."
(( Síndrome ))



Hoy tuve mi primer gran encuentro con la realidad. Puede que en sí el hecho no diga mucho, ni sea la gran cosa; pero para mi, en el fondo, tuvo una extraña connotación, tal que me llevó a un nirvana emocional en plena clase de matemáticas (no es que yo me haya querido distraer, claro está xD). Pareciera una tarea extremadamente simple enseñar a un grupo de pequeñas infantes un baile común y corriente inventado por las mejores mentes (H) (PASCUENSE, WOOOOOOOW!), pero para mi fue un redescubrimiento de mi propia femineidad, con mi sentido materno que lo creía tan arraigado y doblado dentro de mi intestino grueso.

No podría explicar la sensación de que una pequeña de siete cortos años te diga con un fuerte abrazo: "tía, confío en usted", "tía, la quiero", "tía, usted es muy bonita (pero ella es fea y tiene espinillas xD)... "tía Andrea, no me deje".


Eufóricamente me dieron esas locas ganas de ser madre prematuramente, o en su defecto, tía o parvularia. Es tan gratificante tener un amor tan, pero TAN puro como es el de un niño. Recién ahora lo logro comprender.

Mientras más crezco, más afín me vuelvo con estos, a lo Serrat, "locos bajitos". Es como si mis hormonas escribieran un gran cartel en mi frente: QUIERO JUGAR CON USTEDES.

Por ejemplo, aún recuerdo aquella vez, no hace mucho tiempo, en la que entable una tierna y afable conversación con una niña de cinco años, en un restaurant, esperando que mis padres terminaran de comer. Jugamos, conversamos sobre todo lo que te tiene que contar un niño: muñecas, amigas, jardín infantil y peinados. Cuando sus padres la llamaron, yo volví campante a mi mesa, con mi hermosa familia. Mi hermano con cara de pánico (muy típicas en él) me dijo:... tú quién eres y qué le has hecho a mi hermana"


¿Estaré creciendo? ¿Estaré encubando ese horroroso gen femenino de la maternidad?
Lo único que tengo claro es que nunca maduraré por completo, mi personalidad me lo prohibe... pero probablemente en esto consista la vida.

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